El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, buscará el domingo sellar la reelección que le permita estar cinco años más en el poder, cuando en el balotaje se enfrente a Kemal Kiliçdaroglu, líder de una coalición de seis partidos opositores que llega golpeada tras cosechar en la primera vuelta una cantidad de votos menor a la que pronosticaron las encuestas.
En los comicios del 14 de mayo, el actual mandatario, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), obtuvo el 49,5% de los votos, seguido por el postulante socialdemócrata que logró un 44,9%.
De esta forma, el presidente quedó a décimas de obtener la mitad más uno de los sufragios que le permitirían asegurarse un nuevo triunfo, en un resultado que marcó la primera vez que debe ir a una segunda vuelta, pero que igual fue mucho mejor de lo que predecían los sondeos que en su mayoría arrojaban una ventaja para el laico Kiliçdaroglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP).
Fortalecido por esa performance mejor que la esperada, Erdogan recibió el lunes pasado el respaldo del ultranacionalista Sinan Ogan, tercero en la primera vuelta con cerca del 5,2%, en busca de lograr extender las dos décadas que lleva en el poder, primero como primer ministro y luego como presidente.
«Las posibilidades de la oposición parecen muy escasas», apuntó a Télam Salih Yasun, especialista en Medio Oriente y Norte de África del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Indiana (Estados Unidos).
«Kiliçdaroglu y su equipo invirtieron completamente su mensaje para centrarse en la cuestión de los refugiados. Sin embargo, los otros cinco partidos, sobre todo el Partido Bueno (IYI), está casi ausente sobre el terreno. Esto sugiere que ya han aceptado una derrota», añadió.
En busca de conquistar los votos que necesita, el líder de una coalición que reúne a conservadores, progresistas, nacionalistas, izquierdistas y defensores de la minoría kurda prometió en estos días expulsar del país a «todos» los refugiados si llega al Ejecutivo, gran parte de ellos personas que escaparon desde Siria por la guerra que estalló en 2011.
Con ese discurso antiinmigración logró recibir el apoyo del ultranacionalista Ümit Özdag, líder del Partido de la Victoria, que en primera vuelta participó junto al Partido de la Justicia de Ogan para alcanzar el tercer puesto, en una alianza que se rompió tras los comicios.
Pero este respaldo por sí solo no le alcanza para frenar los 20 años de Erdogan en el poder, lapso en el que avanzó con un enfoque islamista, la mayor religión en un país laico, un estilo conservador y una práctica autocrática, que tuvo su mayor expresión en la modificación de un sistema parlamentario a uno hiperpresidencialista, que le entregó al líder parte de las competencias que tenía anteriormente el Congreso.
Pese a la devaluación constante de la lira turca, el aumento de los precios (la inflación anual superó el 85% en octubre, la más alta en un cuarto de siglo) y las denuncias contra el Gobierno por la respuesta ante el terremoto que el 6 de febrero pasado dejó más de 50.000 muertos y un número desconocido de desaparecidos, el mandatario logró ser el candidato más votado en la primera vuelta.
«Consigue mantenerse a flote añadiendo pequeños partidos islamistas y nacionalistas a su coalición. Con ello, permitió que sus bases voten a partidos de la coalición distintos del AKP, al tiempo que mantienen su apoyo a su propia candidatura dentro de la carrera presidencial. No es raro oír a personas en Turquía quejarse de la corrupción y la insatisfacción económica que siguen votando a Erdogan como líder nacional», analizó Yasun, que también apuntó a los «pasos en falso» de Kiliçdaroglu.
«Erdogan pudo mantener su popularidad por varias razones, como las débiles alternativas propuestas por la oposición y una rápida recuperación de su reputación tras las críticas que recibió luego del terremoto. Su actual popularidad es también resultado de las prioridades de los votantes. Los resultados de la primera vuelta son la mejor muestra de que la crisis social y la división, que se basa en diferencias culturales, es más fuerte frente a otras cuestiones como la recuperación económica», indicó a esta agencia Khalid Al Bostanji, investigador del Centro de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Nacional Australiana.
En los comicios del 14 de mayo, el actual mandatario, del Partido de la Justicia y el Desarrollo, obtuvo el 49,5% de los votos, seguido por el postulante socialdemócrata que logró un 44,9%
Es que la disputa en el balotaje del domingo no es solamente de nombres, sino también de modelos: Erdogan lidera un movimiento islamoconservador, históricamente ligado con la era del Imperio Otomano, mientras que Kiliçdaroglu representa una visión laica vinculada con los orígenes de su partido, creado por el padre de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk.
Ya en los comicios del 14 de mayo pasado, el oficialismo mantuvo el control del Congreso, aunque el AKP perdió unos 20 escaños si se lo compara con la composición anterior del órgano legislativo.
«La mayoría parlamentaria del AKP no es necesariamente muy significativa en el contexto de la influencia que tendrá en la toma de decisiones en el futuro próximo de Turquía. Esto se debe a que el sistema político de Turquía ya no depende del Parlamento como antes», analizó Al Bostanji.
«Sin embargo, la debilidad del Parlamento es significativa en sí misma porque hará que el cambio sistémico sea prácticamente imposible. La mayoría del AKP hace muy improbable que la oposición pueda conseguir apoyo para abolir el sistema presidencial», añadió en referencia a las dificultades que se encontraría Kiliçdaroglu, de ganar el domingo, para cumplir una de sus principales promesas y volver a un sistema parlamentario mediante un cambio constitucional.
Yasun apuntó sobre lo mismo: «Se necesitarían 360 de los 500 escaños para un referendo. Dado que la oposición no consiguió ni siquiera la mayoría, el cambio al sistema parlamentario no parece probable y Kiliçdaroglu ya no lo menciona en su campaña».
Frente a este escenario, el académico concluyó: «Si gana Kiliçdaroglu, será una presidencia débil dado el control de Erdogan sobre el Parlamento y otras instituciones del Estado. Si gana Erdogan, habrá pocos controles y equilibrios sobre su autoridad, y podemos esperar que siga sus políticas económicas poco ortodoxas y su actual agenda de política exterior».
Sobre este último punto, el resultado de la segunda vuelta es visto también con interés fuera de Turquía por el peso específico del país: miembro del G20 y de la OTAN, mediador entre Ucrania y Rusia en temas como el acuerdo para exportar los granos bloqueados por la guerra, gran ayuda de Azerbaiyán en la disputa territorial con Armenia, con intereses militares en Siria y puerta de acceso o de bloqueo para el flujo comercial y humano entre Asia y Europa.
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