Tal como era previsible, tres equipos brasileños (Botafogo, Atlético Mineiro y Cruzeiro) llegaron a las finales de las copas Libertadores y Sudamericana. Y también como era previsible, algunos apresurados salieron a decir de paso que una vez más quedaba demostrada la potencia competitiva de las sociedades anónimas de fútbol por encima de nuestras asociaciones civiles sin fines de lucro. En verdad, no fue tan así.
Aunque el mayor volumen económico de los equipos brasileños en comparación con los argentinos ha consolidado en el último lustro ventajas que cuesta cada vez más poder abreviar, lo cierto es que en este caso, las razones reales de por qué Racing pudo alcanzar la final de la Copa Sudamericana y River se quedó afuera de la Libertadores se encontraron dentro del verde césped: en los momentos decisivos, sencillamente la Academia tuvo lo que el Millonario no tiene: carácter, fortaleza mental y jugadores en un mejor momento.
En San Pablo y en Avellaneda, Racing estuvo en desventaja. Y en ambos casos pudo remontarla. En los dos partidos ante Corinthians, el equipo que Gustavo Costas dirige a los saltos jugó y luchó cuando había que hacerlo. Demostró fibra y rebeldía para sobreponerse a las adversidades. Y una capacidad para el esfuerzo que no tuvo renunciamientos. La semifinal pasó por la mente y el corazón de cada uno de los jugadores. Tres de ellos hicieron las diferencias: Juan Fernando Quintero con su talento y sus goles vitales en el partido decisivo, Juan Ignacio Nardoni con su despliegue avasallante pero también criterioso en la mitad de la cancha, y el arquero Gabriel Arias con dos atajadas claves en el desquite. Sin dejar de lado a otros que como el lateral Gabriel Martirena, el zaguero Nicolás Di Césare y el dúctil mediocampista Santiago Sosa también rayaron a gran altura.
Todo lo que Racing tuvo para entrar a la gran final de la Sudamericana del 23 de noviembre en Asunción del Paraguay, River no lo tuvo para jugar la definición de la Libertadores que tendrá lugar una semana más tarde en su propio estadio Monumental. El equipo languideció en los dos partidos con Atlético Mineiro. Fracasó el planteo especulativo del técnico Marcelo Gallardo en la ida de Belo Horizonte. Y el partido perfecto que se pretendió jugar en la revancha se limitó a un festival de centros (se tiraron 63). Con el correr de los minutos, River se fue entregando. Sin carácter ni jugadores determinantes. Y sin que Gallardo tampoco encontrara en el banco, aunque sea por un rato, los recursos para dar vuelta una serie en la que sólo se apostó a la épica y a los milagros. Y así le fue.
Nada puede aspirarse en el fútbol sin buenos jugadores y sin fortaleza espiritual para afrontar los partidos grandes. Racing los tuvo y, por eso, pudo llegar una final continental después de 32 años. River no los tuvo, Y por eso, mirará desde afuera la fiesta que en su propio estadio le armarán miles de brasileños para celebrar otro año de su abrumadora superioridad. Tan sencillo como eso.
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