Dirigió poco (apenas una docena de títulos entre cortos y largometrajes a sus 62 años), le cuesta conseguir financiamiento para sus películas y lograr cierta continuidad en su filmografía, jamás tuvo un éxito comercial masivo y, sin embargo, Martín Rejtman debe ser uno de los directores argentinos más celebrados dentro de la cinefilia local, más imitados por sus colegas y más estudiados desde lo académico tanto a nivel local como en el ámbito internacional.
De perfil bajo y hasta un tanto huraño, poco afecto al marketing personal en los términos que imponen estos tiempos, alejado de las estéticas y las temáticas predominantes, este artista formado en Buenos Aires, pero también en Nueva York y Roma, puede ser considerado un director “maldito”, de culto, de nicho, pero sigue siendo una referencia insoslayable para el cine independiente argentino.
¿Y por qué volvemos ahora a Rejtman (más allá de que siempre hay que volver a los directores que nos hacen felices)? Porque tiene una película nueva, “La práctica”, que seguramente tendrá su estreno mundial en algún próximo festival de primera línea como Locarno, Venecia, Toronto o San Sebastián.
Y porque del 7 al 9 de julio próximos se realizará en Arthaus (Bartolomé Mitre 434, CABA), con organización de MUBI y bajo el título de “Humor y melancolía: el cine de Martín Rejtman”, un ciclo gratuito con tres de sus largometrajes en copias restauradas: “Rapado”, que se estrenó en el Festival de Locarno de 1992 pero recién se conoció en unas pocas salas argentinas cuatro años más tarde; “Silvia Prieto”, que tuvo su première mundial en la Berlinale de 1999 poco antes de presentarse en el BAFICI y luego acceder a los cines comerciales; y “Los guantes mágicos”, reencuentro con Vicentico y Valeria Bertuccelli, del que en pocos días más se cumplirán dos décadas exactas de su estreno (12 de agosto de 2003), también en la muestra suiza de Locarno.
A propósito de esa celebración, buena parte del elenco y del equipo técnico de “Los guantes mágicos” conversará con el público tras la proyección del próximo viernes 7 de julio en Arthaus.
El término «pionero» que, muy a su pesar, tan bien le calza a Rejtman tiene que ver con que no solo impuso un sello propio (podemos hablar de un cine rejtmaniano) sino que fue y sigue siendo influencia directa para muchos guionistas y directores locales (y no solo locales) de varias generaciones. Se podría ubicar en ese mismo círculo de precursores o adelantados a Alejandro Agresti (apenas cinco meses más joven que Rejtman) y Raúl Perrone (de 71 años) o citar verdaderos OVNIs cinematográficos como “Picado fino” (1996), de Esteban Sapir, pero la impronta del director de “Dos disparos” tuvo mayor alcance nacional e internacional.
Aunque en el toque Rejtman se perciben huellas del humor deadpan (absurdo y melancólico) de Jim Jarmusch y Aki Kaurismäki, y constantes referencias a sus ídolos cinéfilos como Yasujirō Ozu, Robert Bresson, Howard Hawks, Preston Sturges y Chantal Akerman, las películas de este también reconocido escritor (entre sus libros figuran “Rapado”, “Velcro y yo”, “Literatura y otros cuentos” y “Tres cuentos”) tienen vuelo propio y son más argentinas (porteñas) que ninguna.
Bastante antes de que el Nuevo Cine Argentino de Pablo Trapero, Israel Adrián Caetano o Lucrecia Martel surgiera entre mediados y fines de la década de 1990, Rejtman ya había filmado en 1986 el aclamado cortometraje “Doli vuelve a casa” y estrenado “Rapado”, una de las películas por entonces menos vistas, pero luego más influyentes para decenas de colegas del por entonces incipiente movimiento.
Su relación con el humor (al menos desde una perspectiva más clásica y convencional) siempre fue tirante, contradictoria: “Salvo en el caso de ‘Los guantes mágicos’, película en la que trabajé algunos elementos graciosos de manera más consciente, siempre voy contra la comedia. Por eso, en el caso de ‘Dos disparos’ busqué como punto de partida la situación más trágica posible. Sin embargo, terminé cayendo en mi propia trampa, ya que de a poco la película se va impregnando de humor y eso va ganando terreno. De alguna manera, la comedia siempre me encuentra. Al mismo tiempo, uno no se olvida de ese principio, hay algo de ese malestar inicial que se mantiene durante el resto del film», admite Rejtman.
Y agrega Rejtman, en lo que constituye una suerte de declaración de principios e intenciones: “Estoy en busca de nuevas narraciones con la idea de escaparles a las resoluciones convencionales. Quiero que mis historias fluyan con libertad, no me interesa cerrar las historias, darles sentido, prefiero arriesgar y no buscar la empatía fácil. En cuanto a los guiones, también son muy literarios, respeto siempre los diálogos y soy muy obsesivo con los encuadres».
Más allá del ciclo en Arthaus, Rejtman ya tiene terminada “La práctica”, rodada en Santiago de Chile y en la ciudad portuguesa de Lisboa, que él indica podría ser el último largometraje de su carrera. Sobre las dificultades para concretar este último proyecto el director tiene una teoría: “Mis películas no entran en ninguna categoría”, asegura. “Yo no hago cine comercial, pero tampoco cine arte. Es más fácil conseguir financiación si hacés el cine que se considera ‘de arte y ensayo’, el que circula más por los festivales, que si hacés lo que hago yo, que es difícil de encuadrar”.
“La práctica” narra las desventuras de Gustavo (Esteban Bigliardi), un profesor de yoga argentino que vive en la capital chilena y acaba de separarse de su pareja, una mujer trasandina. El protagonista tiene cierta pasividad y se va adaptando a los sucesivos contratiempos con los que se va topando. En definitiva, una típica criatura del tan peculiar universo de Martín Rejtman.
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