El debate entre el ser y el deber ser así como entre lo ilegal y lo inmoral se encuentra en el seno de la humanidad desde que existe el derecho, y el realizador argentino nacido en Estados Unidos Andrew Sala lo tematiza en su filme «La barbarie», donde un joven naif citadino llega al campo de su padre para enfrentarse al fin de su adolescencia y paso a la madurez.
«Todas esas relaciones que muestra la película tienen cierto grado de inmoralidad, algunas más que otras, pero ninguna es ilegal. Creo que el mundo está como está precisamente debido a un fuerte deterioro moral y no tanto a un incumplimiento de las leyes. El sistema en su totalidad está roto. Esa es la desilusión que vive el protagonista al final de la película, que termina aprendiendo esta realidad», expresó el director en una entrevista con Télam.
El segundo largometraje de Sala (tras «Pantanal», 2014) se apoya en una historia simple, pero con profundidad de personajes, ritmo de thriller y una fotografía que hace que el campo y sus cualidades rompan la cuarta pantalla. El sol del amanecer enceguece y la brisa del atardecer aporta frescura en una trama oscura, casi claustrofóbica, en un «coming of age» repleto de inmoralidades, pero sujeto a la Ley.
«Nacho -explicó el director- huye de la casa de su madre por alguna situación traumática/violenta que no terminamos de codificar, pero que parecería tener que ver con esas marcas que lleva en el cuerpo, y, paradójicamente, llega a la estancia del padre, que no lo quiere ahí. Nacho parece no tener lugar, no tiene hogar, y esa situación es la que lo va a llevar a tratar de buscar la aprobación del padre. Para lograrlo, comienza a investigar las causas detrás de las muertes de las vacas en la estancia. Poco a poco se va ganando un lugar junto al padre, quien lo empieza a ver como el futuro patrón».
En pantalla se puede apreciar un trabajo sorprendente de Ignacio Quesada (Nacho) como el joven que modifica su biografía abruptamente cuando corre el velo de lo que se esconde en esta vida de campo. Acompañado por un insuperable Marcelo Subiotto (acaso uno de los mejores intérpretes argentinos) y un nutrido grupo de actores amateurs locales, que colaboraron no sólo para darle veracidad a la historia sino, también, al manejo de animales en la pantalla.
La idea surge de las propias vivencias de Sala, al hacerse cargo de la estancia de su madre (locación del filme) durante un tiempo en la bonaerense Junín. El guion lo escribió entre el ida y vuelta de Buenos Aires y el campo, con narraciones que le acercaban amigos y conocidos de la zona rural. El choque de mundos no solo sirve como parte del conflicto, sino que convivió en el alma del director durante la gestación del filme.
«Fue un proceso muy enriquecedor, en el que me dejaba llevar por las imágenes que veía, las situaciones que vivía y las historias que escuchaba, y lo plasmaba todo en el guion. La película adopta el punto de vista de Nacho, un personaje que va de la ciudad al campo. De alguna manera, esa también fue mi situación de partida, y el contraste que vive Nacho es muy similar al que yo experimenté al llegar al campo», comentó Sala.
– Planteás una película en la que no existe el perdón, sino la venganza y el egoísmo. ¿Por qué te interesó trabajar esos tópicos?
– Soy bastante pesimista respecto del estado del mundo y hacia dónde vamos. Me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero no veo con claridad de qué manera podríamos cambiarlas. Esta realidad no solo afecta a Argentina, sino a todo el mundo. Cada vez somos más individualistas, egoístas, corruptos e inmorales. De todas formas, creo que mi próxima película tratará sobre el perdón (risas).
– En la película se siente realmente el campo. Es una sensación que trasciende la pantalla. ¿Cómo lo trabajaste?
– Uno de los principales objetivos de la película era mostrar el campo tal como yo lo veía, sin idealizarlo ni caer en el pintoresquismo rural o lo bucólico. Quería presentar un campo lo más real y contemporáneo posible. Trabajamos en varias dimensiones para lograr esto. Por un lado, el conocimiento de primera mano que adquirí durante todos estos años encargándome de la estancia; ayudó a que no solo los diálogos y situaciones fueran creíbles y reales, sino que también lo fuera la atmósfera y la dinámica del trabajo rural. Por otro lado, trabajamos con locaciones reales de campo, y creo que fue fundamental estar en mi propia estancia, en donde filmamos los exteriores. Es un paisaje que conozco a la perfección y que pude aprovechar a fondo. Además, fue crucial trabajar mezclando actores y no actores.
– ¿Cómo fue el rodaje en Junín y, en especial, en pleno campo?
– La gente es muy solidaria; cuando les contábamos que estábamos haciendo una película, se entusiasmaban y buscaban cómo ayudarnos. Esto es una de las cosas hermosas de rodar en el interior. Sin embargo, también fue difícil filmar en pleno campo y en verano. El acceso a uno de los campos donde filmábamos no era bueno, y si llovía, se volvía casi inaccesible. Además, filmamos en diciembre, y el sol y el calor pegaban fuerte. Trabajar con animales fue otro de los grandes desafíos que enfrentamos, pero en este sentido, fue muy útil trabajar con no-actores que tenían experiencia en el trabajo rural. Ellos manejaban a los animales desde dentro de la escena.
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