Con una vida dedicada a proteger la naturaleza de nuestro país, Isabel Peinecura es la primera mujer que sola se atrevió a ser guardafauna en las tierras áridas y solitarias de Península Valdés, en Chubut, un hecho impensado 20 años atrás que le permitió transformar su destino luego de haber sobrevivido a la violencia machista que sufrió cuando la obligaron a casarse en su adolescencia.
«Hubo mujeres guardafaunas primero que yo, pero estaban con sus esposos. Yo fui sola a trabajar en el campo», aseguró Isabel, de 69 años, en una entrevista con Télam pocas horas antes de la presentación del libro basado en su historia y que pone en valor el trabajo que realizó durante más de dos décadas en el Área Natural Protegida Península Valdés, declarada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
«Isabel, la guardafauna» es la novela de Susana Cereijo y Lucía van Gelderen recientemente publicada por Nuevohacer que relata la vida de una mujer que empezó a cazar de niña para poder comer y muchos años después terminó enfrentándose a los cazadores para proteger los hábitats naturales de la Patagonia, que escapó con sus cinco hijos de un marido que la amenazó de muerte, y que ayudó a muchas mujeres en situación de violencia de género.
«Cuando tenía 16 años me casé. En realidad, me obligaron a casarme. Ahí empezó mi calvario. No estoy arrepentida de los hijos que tengo, del padre sí»Isabel Peinecura
Ahora jubilada, Isabel viajó desde Puerto Pirámides, el único municipio de Península Valdés, donde «vive de vacaciones», aseguró bromeando, y llegó hasta la ciudad de Buenos Aires para participar de la presentación del libro que tuvo lugar ayer en el Museo de Arte Popular José Hernández.
«Quisimos presentarlo acá para que se conozca el trabajo que ha hecho Isabel, un ejemplo de mujer argentina que defiende lo nuestro. Y eso es lo que queremos mostrar para que la gente tome conciencia y defienda sus bienes para las generaciones futuras», aseguraron a Télam las autoras, quienes son amigas de Isabel desde hace años.
A paso tranquilo, por los «dolores del ciático», Isabel recorrió el museo hasta sentarse en una de las salas que está repleta de ilustraciones del gaucho Martín Fierro; cruzó las manos sobre su cartera azul y se dispuso a charlar con esta agencia.
«Es muy larga mi historia, te voy a contar de a partes», advirtió riendo.
«Muchas personas pensaban que las mujeres son para tenerlas así… -dijo levantando su pierna izquierda y dando un pisotón contra el suelo- No, no. A mí ya me tuvieron así. Otra vez no»Isabel Peinecura
Nació en el paraje de Yaminué, en la provincia de Río Negro, en 1953, y se crio con sus tíos porque no fue reconocida por su padre, que era menor de edad, mientras que su madre la abandonó de pequeña.
Desde los 7 años aprendió con su tío a cazar guanacos y choiques, a fabricar boleadoras y a amansar caballos. «Hacía de todo y eso que yo era un palito», bromeó la mujer que no mide más de 1.60 metros.
«Cuando tenía 16 años me casé. En realidad, me obligaron a casarme. Ahí empezó mi calvario. No estoy arrepentida de los hijos que tengo, del padre sí«, relató Isabel y explicó que su madre, a la que solo veía «de vez en cuando», fue quien la llevó a casar al juzgado.
«Más que un marido era un papá, porque era mucho mayor que yo. Y a los nenes les pegaba muchísimo y yo por defender a mis hijos la ligaba», continuó.
Y agregó: «Mi exmarido siempre decía que, si yo me iba, él me iba a matar, que me iba a pegar un tiro».
Fue entonces que conoció a otro hombre que la invitó a mudarse con él, pero Isabel aceptó con una condición: «Si me llevás, me llevás con mis hijos. Sola no. Yo a mis hijos no lo voy a abandonar».
Isabel le pidió prestado al hombre una camioneta y un revólver. «Ya estaba decidida, o salía o se terminaba todo», afirmó.
«Los turistas no me creían que yo dormía ahí. La verdad que nunca tuve miedo, estos son los lugares más tranquilos que hay. Y cuando me avisaban que andaba gente cazando, yo agarraba la chata y salía, ni pensaba que me podían pegar un tiro»Isabel Peinecura
Fue esa determinación la que la llevó a empaquetar todas sus cosas, subir a sus hijos a la camioneta y lograr escapar, mientras su marido lloraba y les pedía a los vecinos que no la dejaran ir.
A partir de ahí, Isabel vivió en diferentes pueblos de Río Negro con sus hijos y su nueva pareja hasta que llegaron a Chubut, donde encontró la posibilidad de cubrir un puesto de maestranza en el Istmo Ameghino dentro de Península Valdés.
Recién en el año 2000 la nombraron guardafauna, y su llegada a un rubro que era históricamente de hombres despertó los celos de su pareja e Isabel decidió separarse. «Más vale sola que mal acompañada», explicó riendo.
Por ser mujer tampoco fue bien recibida por algunos sus compañeros de trabajo.
«Muchas personas pensaban que las mujeres son para tenerlas así… -dijo levantando su pierna izquierda y dando un pisotón contra el suelo- No, no. A mí ya me tuvieron así. Otra vez no».
El trabajo de guardafauna la llevó a vivir durante 20 años en distintos puestos de Península Valdés con jornadas diarias de doce horas.
«Los turistas no me creían que yo dormía ahí. La verdad que nunca tuve miedo, estos son los lugares más tranquilos que hay. Y cuando me avisaban que andaba gente cazando, yo agarraba la chata y salía, ni pensaba que me podían pegar un tiro»Isabel Peinecura
«A las 8 de la noche cerraba, agarraba la camioneta y me iba a dar la última vuelta, que son entre 40 y 50 kilómetros de ripio. Iba a ver si no se quedaba alguien», relató.
«Siempre encontraba autos volcados con la gente ahí, en el medio del campo, sin señal de teléfono, sin nada», explicó Isabel, quien brindó primeros auxilios en múltiples ocasiones.
También muchas veces tuvo que arreglar ella misma la vieja camioneta Ford Duty que usaba: «Le cambiaba los platinos, la bomba de nafta. Me encantaba la mecánica», rememoró.
Si en la temporada alta Isabel podía tratar con más de 500 turistas durante el día, en la noche estaba sola en su casa en medio del monte patagónico. «Pero estaba tranquila, con el grito de los lobos nada más», detalló.
Y remarcó: «Los turistas no me creían que yo dormía ahí. La verdad que nunca tuve miedo, estos son los lugares más tranquilos que hay. Y cuando me avisaban que andaba gente cazando, yo agarraba la chata y salía, ni pensaba que me podían pegar un tiro».
De sus tiempos como encargada del cuidado de la fauna silvestre, Isabel contó que controlaba que los turistas no pasen el alambrado ni se acerquen a los animales porque «el lobo y el elefante marino cuando están en celo son agresivos».
«La orca mata para sobrevivir, más asesinos somos nosotros, los seres humanos»Isabel Peinecura
También relató que una de las cosas que más disfrutaba era contemplar a los animales.
«El lobo marino es un bicho muy divertido. Yo me reía con ellos cuando se pelean o cuando nace la cría y son unos negritos chiquititos que te da ganas de agarrarlos. Después, la orca es el animal más inteligente que hay», señaló, y agregó que se enojaba cuando algunos turistas confundían a las orcas con ballenas y las llamaban «ballenas asesinas».
«La orca mata para sobrevivir, más asesinos somos nosotros, los seres humanos», advirtió Isabel.
Ante la pregunta de qué era lo que más le gustaba de su trabajo, Isabel dijo que «todo», a pesar de que en los primeros años las condiciones de vida en el puesto eran más duras y no contaba con agua caliente.
«Yo estaba acostumbrada; venía de un lugar muy humilde», explicó la mujer, y aseguró que, sin ninguna duda, volvería a elegir ser guardafauna.
«Y hoy, gracias a Dios, tengo mi casa, mi auto. No me quedé con nada de nadie, lo que tengo lo hice yo laburando. Y críe a todos mis hijos», concluyó.
Más historias
"Es inhumano atreverse a esto"
Un planeta a merced de las supertormentas
Al Fayed sigue cosechando acusaciones